domingo, 5 de agosto de 2012

Educación por el Arte

Arte… ¿ Para qué?






Porque nos permite expresar lo que sentimos.

Porque nos ayuda a conocer al OTRO…

Porque a través de todas las artes penetramos mundos desconocidos…

Porque nos aclara nuestros sentimientos…

Porque en las obras percibimos objetos, situaciones, conflictos que nunca hubiéramos descubierto sin su manifestación…

Porque a través de ellas podemos comprender

el mundo que nos rodea…

Porque nos ayuda a conocernos más profundamente…

Porque con la música, la pintura, el teatro,

la poesía, la danza, la literatura,

podemos gritar a la sociedad

lo que nos duele y lo que nos hace felices.
 Myriam Irós Bourdichon



sábado, 4 de agosto de 2012

Escribir es un vicio o una necesidad?

Por fin recuperé mi blog.  Y ahora... veremos qué puedo hacer. Hay tanto que quisiera decir (o escribir)...
Pero comenzaré con palabras de un MAESTRO


Gente necesaria


Autor: Hamlet Lima Quintana





Hay gente que con sólo decir una palabra

enciende la ilusión y los rosales

que con sólo sonreír entre los ojos

nos invitan a viajar por otras zonas

y nos hacen recorrer toda la magia



Hay gente que con sólo dar la mano

rompe la soledad, pone la mesa

sirve el puchero, coloca guirnaldas

Que con solo empuñar una guitarra

hace una sinfonía de entrecasa



Hay gente que con solo abrir la boca

llega hasta los confines del alma

alimenta una flor, inventa sueños

hace cantar al vino en las tinajas

y se queda después como si nada.



Y uno se va de novio con la Vida

desterrando una muerte solitaria

pues sabe que a la vuelta de la esquina

Hay gente, que es así.......tan necesaria...



Letras

Ourobos

Myriam Irós Bourdichon




Yo recordaba haber visto dentro de un hueco u hornacina en la pared que hacía las veces de ropero, entre los pantalones colgados y alineados del hijo del dueño de casa, una enorme serpiente negra que él tenía prisionera.

Esa imagen siempre retornaba a mi mente; me parecía ver las curvas negras y brillantes moviéndose amenazantes dentro de su sarcófago obligado.

Cuando volví, después de muchísimos años, busqué la hornacina y la encontré, vacía, por supuesto. Sin embargo, de noche, al pasar cerca de allí, algo me inquietaba... y por las dudas, miraba a mi alrededor.

La historia era sabida por todos, porque yo siempre la contaba. ¿Que cuál historia? Esa de una señorita, incipiente novia rubia del moreno encantador de serpientes, que al ver lo cruel que era éste con los animales, pues despellejaba vivas a sus presas, no quiso volver a hablarle y rompió la relación que tan promisoria parecía.

Había venido con nosotros este verano un joven que también odiaba los animales y, desafiante, negaba la veracidad del suceso. Se burlaba de esos sentimientos compasivos y haciéndose el “piola” dejó bien sentado que una mujer que prefiere los animales a un macho buen mozo “no merece llamarse mujer”.

Un atardecer muy caluroso, húmedo, en el que se mezclaban los olores del campo y los cantos de las aves, nos habíamos reunido en el mirador a ver la diaria pero siempre distinta transmutación del río dorado en río violeta, gris, plateado y finalmente negro brillante.

A medida que aparecían las estrellas nos íbamos callando...sólo alguno que otro comentario en voz baja, o un relato corto, de miedo, que aportaban los muchachos, interrumpía el silencio.

Pepe, que así se llamaba el descreído, estudiante crónico de abogacía, entre risotadas nerviosas y alardes de valentía, contaba cómo ponía trampas para cazar gatos, unas que les destrozaban las patas para que no pudieran escapar.

Nos sentíamos incómodos, su actitud nos producía un enorme rechazo, pero por cortesía, disimulábamos el fastidio que nos invadía.

Al rato decidió ir hasta la casa a buscar algo para beber. Se levantó lentamente, haciendo brillar sus músculos bronceados para impresionar a las adolescentes que lo rodeaban atraídas por sus aires de que “se las sabía todas”.

Nunca el aire del lugar habrá escuchado un alarido más aterrador.

Corrimos hacia la casa y lo encontramos caído junto a la hornacina, duro, con los ojos abiertos y una horrible expresión en su rostro.

La tapa estaba un poco corrida y alcancé a ver que hacia adentro se deslizaba una gruesa cola reptante, negra y lustrosa.

Después que la policía retiró el cadáver de Pepe fui a revisar el hueco: estaba vacío, no había en él ningún orificio, ninguna marca, ningún resquicio por el que bicho alguno hubiera podido escapar.